
Prácticamente a todos nos han enseñado desde pequeños que decir "No gracias" es educado. Sin embargo, ¿sabes lo que conlleva el decir "No, gracias"?
La palabra "NO" significa prohibición, proyecta una barrera. Provoca un corte en la comunicación y, por tanto, un rechazo hacia quien te está ofreciendo algo. Después usamos el "Gracias" para suavizar la expresión, pero ya hemos cortado el flujo de afecto que nos brinda la otra persona. El lenguaje es poderosísimo: genera cambios en las conexiones sinápticas del cerebro, crea nuevas rutas y refuerza o rompe las antiguas. Su uso, por tanto, es más importante de lo que nos pensamos, porque produce cambios en nuestro cerebro, el mismo que se encarga de procesar toda la información que nos llega por los sentidos.
Enfatizar el No cuando queremos decir Sí, provoca un cambio en nuestro cerebro. Si dices No en situaciones donde quieres decir Sí, acabarás reforzando esa conexión y debilitando la que realmente quieres. Esto puede producir una generalización en tu vida, y que en otras situaciones como aceptar cumplidos, proposiciones, etc, tu mente diga "No, gracias" de manera cuasi-automática.
Esto puede ser perjudicial, porque recibir cumplidos es una de las bases más importantes de la autoestima y de la inteligencia emocional. Rechazarlos es rechazar nuestra valía, rechazar la verdadera información que nos brindan nuestros amigos, familiares o incluso desconocidos.
No quiero decir que dejemos de hacerlo en situaciones donde de verdad NO queremos eso que nos ofrecen: tabaco, "pezqueñines", drogas... Lo que pretendo es que seamos conscientes de cuándo nos están intentando congraciar y qué respuesta damos en consecuencia. ¿Es consciente o es inconsciente? ¿Es la que queremos dar o nos gustaría dar otra?
¿Cuál es la clave? Siempre lo digo: los sentimientos.
Si una situación en la que tú has acabado diciendo "No, gracias", sientes por dentro emociones negativas o incómodas, míratelo. Eso puede significar que querías decir otra cosa, y lo bueno es que somos dueños de nuestros pensamientos y, por ende, de nuestras palabras.